No vivimos en la era del conocimiento, sino en la de la
desinformación. En la era de la polución informativa. Cualquier individuo puede
volcar en la red cualesquiera que sean sus intereses, preocupaciones o
sentimientos. Sin filtro y sin control. Y en la mayoría de los casos sin
interés real alguno. Y ya ni siquiera es una opción, no se puede vivir, al
menos en concierto con el resto de la sociedad, sin dejar una impronta continua
en el mundo digital. Facebook, Twitter, Blogger, Instagram o Hotmail, para los
más clásicos, son hoy la tertulia, el periódico o la barra del bar. Pero las
palabras ya no se las lleva el viento. Hoy
las palabras se tatúan en la red y se derraman alrededor de todo el mundo.
Nuestros tuits de hace dos años siguen ahí, revelando nuestra ahora vergonzosa
afición por ese grupo de pop tan hortera. Y nuestros posts sobre recetas de
cocina, con los que nos creímos tan originales. Demasiados emisores, y
demasiado pesados. El problema de la aldea global es que todos ejercen de
pregoneros, nada se entiende, todo se convierte en ruido.
Imagen de Google |
Tras subir las 347 fotos del último fin de semana y vomitar
hasta la más mínima ocurrencia en la red queda poco tiempo para hacer de
receptor. Y suele estar mal repartido. La mayoría dedicamos la mayor parte de
nuestro tiempo a hurgar en los desechos remotamente interesantes de nuestro
entorno, o a perdernos en la inmensidad inabarcable de la red. Incluso cuando
pretendemos informarnos el efecto es el mismo. Demasiada información,
demasiados datos, es inevitable acabar abrumado. Pero el problema no es la
nueva realidad, es la actitud que tenemos ante ella. Debemos entender que es un
proceso imparable e inabarcable por lo que la única salida es educarnos en
actitudes inteligentes frente al maremágnum desinformativo. Un mínimo de
alfabetización digital y mediática.
Nada es tan importante o tan merecedor de atención como
creemos, empezando por nosotros mismos y por las realidades ficticias que
volcamos en la red. Por ello hay que adquirir competencias sobre que es pertinente
decir y que es interesante escuchar. Una reeducación en ambos campos, el de
emisor y el de receptor, que nos otorgue un lugar más confortable y racional en
la web. No es descabellado afirmar que el mundo digital es nuestra nueva
realidad, o al menos donde tiene lugar gran parte de nuestras vivencias por lo
que es imprescindible una formación adecuada en este campo. La actitud ante
este prometedor camino no es correr alocadamente hacia delante o negarse a
andar, sino aprender a caminar con soltura para poder apreciar de forma plena
el rico paisaje que nos ofrece la red de redes.
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