Con el Tratado de Maastricht, vigente desde el 1 de noviembre de
1993, la Comunidad Europea con un interés y contenido esencialmente económico
se transformaba en la Unión Europea,
buscando la convergencia y cohesión
económica, favoreciendo la cooperación exterior y con el objetivo de una
ciudadanía común. En él se establecían las bases para la introducción de una
única moneda, formando parte los países que cumplieran una serie de condiciones
que garantizaran la capacidad de su economía. Los estados miembros acordaron el 15 de diciembre de 1995 en Madrid la creación de
una moneda común europea, ya denominada euro.
Monedas de euro. Imagen de Google |
El 1 de enero de 2002, primer día en circulación de la nueva moneda
europea, 1 euro se cambió por 0,9038 dólares estadounidenses, y desde
entonces su valor se mantiene al alza, superando a la todopoderosa moneda
norteamericana.
En la actualidad se torna lejano aquel momento
fundacional, lleno de entusiasmo, ya que transcurridos ocho años las mismas
bases de la unidad monetaria europea sufren una conmoción de las proporciones
alarmantes que hoy conocemos. Del laboratorio de Bruselas nació una moneda sin
Estado, y lo que es más insólito, sin una política económica común que le
sirviese de apoyo.
La joven moneda está en entredicho, y se
enfrenta a su más difícil prueba hasta el momento. Se suceden las reformas, se
buscan las mejores políticas, esperando que sean capaces de responder a la
crítica situación actual.
En esta situación de crisis es difícil no
reconocer como ventaja la objetivación de muchas decisiones que, en otras
circunstancias, están excesivamente condicionadas por los intereses políticos,
que buscan congraciarse con el electorado y titubean en situaciones de
inestabilidad, suavizando o pasando por alto reformas necesarias.
La toma de decisiones en materia económica,
separada de los intereses políticos y los ciclos electorales, tranquiliza a los
mercados, afianzando la credibilidad de la política económica, reduciéndose así
la inconsistencia de los programas
económicos.
También
observamos el nuevo estado global de la economía, bajo mayor estabilidad
macroeconómica mediante la conjunción de la política monetaria. Se hace patente
en las operaciones comerciales internacionales, abaratando sus costes, siendo
favorable de la unión monetaria la desaparición de los importes de transacción.
Además, como consecuencia de la utilización de una moneda común, se eliminan
los efectos de la incertidumbre cambiaria.
Otros
factores positivos a tener en cuenta son la mayor estabilidad de precios, en países con menos éxito en la contención de la
inflación. Como consecuencia, son patentes otros aspectos beneficiosos, como el
menor peligro en la toma de decisiones y la disposición de mantener los tipos
de interés en niveles bajos, propiciando el aumento de la inversión.
Los
inconvenientes son evidentes en la pérdida de autonomía política amenazando la
soberanía nacional. La unidad monetaria europea provoca que no quede margen
para utilizar las devaluaciones, medida
de política económica consistente en disminuir el valor de una moneda respecto
a otras monedas extranjeras, con la finalidad de equilibrar la balanza de
pagos, como mecanismo de defensa frente a lo que antes se llamaban
desequilibrios de la balanza de pagos por cuenta corriente. Modernamente
rebautizados como shocks asimétricos, suponen un choque de oferta o
demanda que afecta a una o dos naciones de la Unión Monetaria Europea, en mayor
medida que a las demás, modificando sus trayectorias de crecimiento y cambiando
drásticamente sus necesidades de política monetaria. En este caso, la junta de
gobierno del Banco Central Europeo se ve en el dilema de formular su política monetaria
en función de los intereses de la mayoría de países afiliados, reorientándola y
soslayando de este modo los requerimientos de la minoría.
No se
debe olvidar que la autonomía para modificar unilateralmente el tipo de cambio
dentro de la Unión Europea tiene importantes limitaciones y condicionantes. A
mayor cantidad, el efecto de las devaluaciones es limitado y se absorbe
rápidamente en el tiempo. Asimismo, es de temer que tanto los choques de
política económica como los financieros afectan más a los que queden fuera que
a los que están dentro de la moneda común.
La
soberanía nacional se verá afectada, al
igual que la autonomía en política monetaria. Obviamente, la pérdida de soberanía
es inherente a los procesos de integración.
Como
podemos ver sólo quedan como instrumentos de ajuste la flexibilidad del mercado
de trabajo, menores salarios y desempleo, aparte de de los precios internos,
con el consiguiente riesgo de depresión.
Cabe
destacar el aumento del paro, como uno de los males de la zona euro, perdiéndose
pulso exportador, particularmente en países que, como España, han recurrido
reiteradamente a devaluar la moneda para solventar problemas de su balanza por
cuenta corriente, porque ya no pueden volver a utilizar ese correctivo.
Por
último destacar el alarmante desarrollo de grandes concentraciones de poder,
monopolios favorecidos por libre circulación del capital, generando gigantescas
euro empresas con gran poder para subir los precios. Por esto, a pesar una
política de competencia antimonopolio siguen existiendo oligopolios en muchos
sectores: energía, hidrocarburos, transporte, banca, automoción... a sus anchas
en el marco capitalista europeo, que convierte ventajas en inconvenientes,
puesto que, reformas que en teoría deben sentar las bases de una adecuada
salida de la crisis (abaratamiento del despido, flexibilidad de la jornada,
contratación temporal…) sucumben mas en ella a la población, haciendo ver que
La Unión Monetaria Europea es funcional a los intereses de la financiación del
capitalismo.
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