lunes, 24 de junio de 2013

La cara y la cruz del euro

Con el Tratado de Maastricht, vigente desde el 1 de noviembre de 1993, la Comunidad Europea con un interés y contenido esencialmente económico se transformaba en la Unión Europea, buscando la convergencia y cohesión  económica, favoreciendo la cooperación exterior y con el objetivo de una ciudadanía común. En él se establecían las bases para la introducción de una única moneda, formando parte los países que cumplieran una serie de condiciones que garantizaran la capacidad de su economía. Los estados miembros acordaron el 15 de diciembre de 1995 en Madrid la creación de una moneda común europea, ya denominada euro.


Monedas de euro. Imagen de Google



El 1 de enero de 2002, primer día en circulación de la nueva moneda europea, 1 euro se cambió por 0,9038 dólares estadounidenses, y desde entonces su valor se mantiene al alza, superando a la todopoderosa moneda norteamericana.
En la actualidad se torna lejano aquel momento fundacional, lleno de entusiasmo, ya que transcurridos ocho años las mismas bases de la unidad monetaria europea sufren una conmoción de las proporciones alarmantes que hoy conocemos. Del laboratorio de Bruselas nació una moneda sin Estado, y lo que es más insólito, sin una política económica común que le sirviese de apoyo.

La joven moneda está en entredicho, y se enfrenta a su más difícil prueba hasta el momento. Se suceden las reformas, se buscan las mejores políticas, esperando que sean capaces de responder a la crítica situación actual.

En esta situación de crisis es difícil no reconocer como ventaja la objetivación de muchas decisiones que, en otras circunstancias, están excesivamente condicionadas por los intereses políticos, que buscan congraciarse con el electorado y titubean en situaciones de inestabilidad, suavizando o pasando por alto reformas necesarias.

 La toma de decisiones en materia económica, separada de los intereses políticos y los ciclos electorales, tranquiliza a los mercados, afianzando la credibilidad de la política económica, reduciéndose así la  inconsistencia de los programas económicos.

También observamos el nuevo estado global de la economía, bajo mayor estabilidad macroeconómica mediante la conjunción de la política monetaria. Se hace patente en las operaciones comerciales internacionales, abaratando sus costes, siendo favorable de la unión monetaria la desaparición de los importes de transacción. Además, como consecuencia de la utilización de una moneda común, se eliminan los efectos de la incertidumbre cambiaria.
Otros factores positivos a tener en cuenta son la mayor estabilidad de precios, en  países con menos éxito en la contención de la inflación. Como consecuencia, son patentes otros aspectos beneficiosos, como el menor peligro en la toma de decisiones y la disposición de mantener los tipos de interés en niveles bajos, propiciando el aumento de la inversión.

 Los inconvenientes son evidentes en la pérdida de autonomía política amenazando la soberanía nacional. La unidad monetaria europea provoca que no quede margen para  utilizar las devaluaciones, medida de política económica consistente en disminuir el valor de una moneda respecto a otras monedas extranjeras, con la finalidad de equilibrar la balanza de pagos, como mecanismo de defensa frente a lo que antes se llamaban desequilibrios de la balanza de pagos por cuenta corriente. Modernamente rebautizados como  shocks  asimétricos, suponen un choque de oferta o demanda que afecta a una o dos naciones de la Unión Monetaria Europea, en mayor medida que a las demás, modificando sus trayectorias de crecimiento y cambiando drásticamente sus necesidades de política monetaria. En este caso, la junta de gobierno del Banco Central Europeo se ve  en el dilema de formular su política monetaria en función de los intereses de la mayoría de países afiliados, reorientándola y soslayando de este modo los requerimientos de la minoría.

No se debe olvidar que la autonomía para modificar unilateralmente el tipo de cambio dentro de la Unión Europea tiene importantes limitaciones y condicionantes. A mayor cantidad, el efecto de las devaluaciones es limitado y se absorbe rápidamente en el tiempo. Asimismo, es de temer que tanto los choques de política económica como los financieros afectan más a los que queden fuera que a los que están dentro de la moneda común.

La soberanía nacional se verá  afectada, al igual que la autonomía en política monetaria. Obviamente, la pérdida de soberanía es inherente a los procesos de integración.
Como podemos ver sólo quedan como instrumentos de ajuste la flexibilidad del mercado de trabajo, menores salarios y desempleo, aparte de de los precios internos, con el consiguiente riesgo de depresión.

Cabe destacar el aumento del paro, como uno de los males de la zona euro, perdiéndose pulso exportador, particularmente en países que, como España, han recurrido reiteradamente a devaluar la moneda para solventar problemas de su balanza por cuenta corriente, porque ya no pueden volver a utilizar ese correctivo.



Por último destacar el alarmante desarrollo de grandes concentraciones de poder, monopolios favorecidos por libre circulación del capital, generando gigantescas euro empresas con gran poder para subir los precios. Por esto, a pesar una política de competencia antimonopolio siguen existiendo oligopolios en muchos sectores: energía, hidrocarburos, transporte, banca, automoción... a sus anchas en el marco capitalista europeo, que convierte ventajas en inconvenientes, puesto que, reformas que en teoría deben sentar las bases de una adecuada salida de la crisis (abaratamiento del despido, flexibilidad de la jornada, contratación temporal…) sucumben mas en ella a la población, haciendo ver que La Unión Monetaria Europea es funcional a los intereses de la financiación del capitalismo.

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